Primera vez que lo digo,
pero desde los griegos, uno,
el enamorado del semejante a uno,
se está condenado al recuerdo de los labios masculinos amados,
ansiados y repudiados,
uno está condenado a la incomprensión,
a ese egoísmo,
al voluble orgullo
que impide entrever la vida del desespero
así uno ansía los labios tiernos
joviales del buen amado.
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