Poema en caricias
Labios que morder
pasiones hurgadas
levedad por tenerte
apuesta sincerada
saber que no se sabe saborear sus labios rojos
su sencilla intimidad
Poema en bus
que deja de ser poema
caoba, plomo, música
labio rozado
dedo intacto
mirada perdida
Ojo que no me salto
beso que no rechazo
labios rojos
lascivo
tierno
ahí es
Léase lento de nuevo, otra vez
28 nov 2011
27 nov 2011
130° Pasaje
Escritura sin el tiempo es la tarea que me asignaron mis abuelos y
mis abuelas. Amar sin el menor de los prejuicios, querer con el mayor de
los deseos, anhelar con el mayor ímpetu. Esas son las reglas del juego
de vivir, me decía mi abuela. Es arriba y es abajo, es sincero y es
certero, vive sin el tiempo, o por lo menos que el tiempo no te acose.
Así llegas, sin el tiempo, sin la medida del acoso que todo se acabará, sin el típico drama, sin el dolor en los ojos. Llegas galante, sincero. Con la pasión en las caricias, con el sufrimiento superado, con la mirada en clave de amor. Sonrisas.
El sol nos empuja a jugar y a desposar el tiempo. Sin la menor duda, ha madurado la fruta, ha obtenido su jugo, su mejor color, su extraño olor. Fermenta entre besos.
Dudo que habrá dudas. La decisión es sencilla. Comerse la fruta. Olvidarse del tiempo.
Así llegas, sin el tiempo, sin la medida del acoso que todo se acabará, sin el típico drama, sin el dolor en los ojos. Llegas galante, sincero. Con la pasión en las caricias, con el sufrimiento superado, con la mirada en clave de amor. Sonrisas.
El sol nos empuja a jugar y a desposar el tiempo. Sin la menor duda, ha madurado la fruta, ha obtenido su jugo, su mejor color, su extraño olor. Fermenta entre besos.
Dudo que habrá dudas. La decisión es sencilla. Comerse la fruta. Olvidarse del tiempo.
24 nov 2011
129° Pasaje
Enciendo una pequeña vela. Asumo que me ilumina. Asumo que hace algo por mí. La ansiedad se hace bonita con el té de menta, parece una ola de petróleo en el estómago. Es una cuchura de placer. Divagar la lengua de un lado al otro, a la par de cada dramón en cada pensamiento, complementa a la ola, rellena el vacío del olor de la vela. Cremilla quemada. Vainilla saturada.
Allá, el hombro derecho fácil del cual desconfío. Mano izquierda que enseño cada día su autonomía. Atrofia de un cuerpo que no descubro, violencia colonialista de mi cuerpo que no acepto. Desdicha de joven, placer de viejo. Atrofia que se me hace fobia cada vez que me hago el cuerpo. No, cuando me como mi cuerpo.
Un número me hace la diferencia del ánimo, un nombre de día me cambia el gusto, una ráfaga de lluvias me evaporan las ganas de sonreír, un besito del humo de bus me sonroja, una nalgada social que me tiene loco. Una pateaita. Una mordida de pan, un sabueso de perro, un asopado de puerco, una miradita entre los aguas. Esa es la nalgada social de cada día.
Como en este momento que me devora la ansiedad, la ausencia, la tachadura, el más abajo. Esa vaina que no sé nombrar. Esa cosa que no sé atravesar por el discurso, ni mucho menos por una imagen o una palabra. Pero acosa, amuralla, legitima, pervierte. Acosa las piernas, amuralla la boca del estómago, legitima el desvarío y pervierte lo que ya viene pervertido.
Esto no es una haraquiri ni una entrega de acemita. No es un gato sobre el tejado, ni mucho menos encerrado. Sino simplemente un diván escrito, un mercurocromo retrógrado, una llaguita de un recojelatas. Pues, una noche fácil.
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