Hoy he recibido la visita de la melancolía, de la miel de mi infancia, una dulzura llamada Sonero Clásico del Caribe. Ese son y ese baile mecieron mi cuna, los brazos de mi madre y mi árbol favorito de icacos, haciendo de mí un chiquito de sonrisas, osadías y baratos existencialismos. El Sonero me enseñó a bailar, a escuchar, a querer, respirar y sobretodo, a saber mirar el cielo como un campo de deseos y batallas, como el espacio infinito que siempre me guiaría a eso que nunca entendía: el amor, los muertos y mis estertores cuando se colaba la luna llena en la noche estrellada. Mi madre me dio de beber al Sonero y hoy, muchas de mis dudas aclaradas se las debo al Sonero de mi madre. Infinito miedo al ver un ánima, infinito pánico cuando me visitaban a la cama, infinito estertor cuando me bañaba la luz de la luna, infinito susurro de mi madre al cantarme el Sonero para aliviar mis ojos ante mis tiernos compañeros de plenilunio.
Aprendí a besar, aprendí a guayabear con el Sonero, a bailarte en la calle, en la sala y en la cama, Sonero me enseñó a besarte con falsedad, a besarte como niño, a besarte con querencia. Supe llorarte, supe enterrar el amor, supe odiar, supe silbar en las noches, supe, supe, hasta quedar hoy con la incertidumbre y el estertor de niño. Hoy, en brazos de mamá, una vez más, a mis oídos llega el susurro de hermosas letras soneras caribeñas para aliviar mis ojos, mis anhelos, aliviar el estertor del amor. Fantasmas vienen hoy, me visitan, un cafecito va bien, ellos como les gusta esa vaina, sonríen mejor que yo, se ve que la vida y la muerte tienen diferencia, muerto se vive mejor. Sin embargo, el Sonero me invita a bailarte, a bailarte la vida, a bailarme la vida. Mamá, ¿puedo agarrar un icaco más? Mamá, ¿por qué ya no se hunde más la cama? Mamá, ¿por qué a veces se me olvida amar? Mamá, ¿estoy muerto estando vivo?
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