He vivido mi primer año en China. ¡La totalidad del cambio! ¡El giro!
La montaña rusa de los aprendizajes y de las transformaciones profundas. G. Espina tenía la entera razón: el viaje del guerrero.
Me he descubierto en un silencio que se equipara al de el monje que danza en el bosque y el académico que traza sus ojos sobre los libros en la cálida biblioteca.
En ese estado, he hallado la rectitud, la templanza, el visitar de nuevo al dolor por el vuelo de mi madre y la pérdida del pedazo de mi corazón. He hallado el placer cincelado de los hombres que habitan profundos silencios y misterios. Como también la confusa naturaleza humana de aquellas personas que suelen llamarse amistades.
El viaje ha sido conocer mis propias fronteras y ponerle himno y escudo a la cruzada de mis reflexiones. Cuidar el tesoro de aquellos que me cuidan y prefieren conocerme y conocerles como tales; amigos verdaderos, aquellos que las dudas comparten y que las verdades me las dicen directamente a los ojos.
Ahí, bordeando mi cuerpo me he nutrido de la belleza de la otredad. Las lecturas de la universidad en Venezuela se hicieron piel en los caminos a Xi'an, a Wuxi, Alxa, Gobi, Gansu, Shanghai, Suzhou, Xuzhou, Jiangyin, Changzhou y cientos de caminos y calles. La poesía de la meditación o la misma meditación haciendo poesía; esta última en tanto vida.
Un viaje implica soportar la naturaleza misma, la existencia misma. El cuerpo es la carreta o el carruaje, sea cual sea la intemperie, se desplaza y se descubre en su andar. Como también, por otra parte, el viaje es la fusión con la naturaleza en su plenitud, no solo es una polaridad. Nos descubrimos, o me descubrí, en la multiplicidad de las polaridades. El cuerpo multiplica las significaciones en el viaje.
Ahora la soledad se acompaña de amigos muy cercanos y que no pasan de los dedos de las manos; he aprendido del círculo simple. Viajar en la densidad y la simplicidad del alma de un buen y noble amigo chino, en la contención de dos amigos latinos suramericanos, en la profunda lealtad de mis hermanos y mi padre y madre, y del amor europeo que me abraza y me sonríe en su calma y humanidad. Ahí, todos en su amor, abrazándome, de una u otra forma, desde su lugar y existencia. Ahí, les abrazo recíprocamente, con honestidad, con la misma vulnerabilidad con la que nací.
El enamorado quiere más... aún..., así me recitó Espina en nuestra última conversación. Quiero más del camino que me ha brindado la soledad elegida. Un lugar elegido que no erosiona mi interna existencia, sino que en cambio erige una autónoma franqueza. Enamorado estoy por el conocimiento y en búsqueda de la autenticidad en lo simple y ordinario. Es perder la identidad anterior a este viaje, que se cristalizaba en mí como si de estalactitas se tratase. Tampoco busco pulverizar o derretir en este viaje, solo transformo y erijo conciencia del otro anhelado. Ya más cerca de mi otro yo anhelado.
El camino de los caracteres Han me han permitido mover la carreta hacia otros mundos posibles. Cada trazo y cada curva es un decidido movimiento hacia el presente; fino o denso.
Así se mueven las altas montañas de Hefei en mí, de los lagos calmados de Guilin ante el sí.
Continua el viaje.
L
Pd. escrito entre marzo y agosto de 2024, entre el desierto de Gobi, las calles de Suzhou y la apacible Nanjing.