Llevo horas en un despertar profundo ante el ego. Ese que arrastra a los hombres al abismo más indeseado: tener certeza de sabérselas todas y cada una, de la vida y la muerte, de sus aciertos. Me saca de quicio escuchar a ese hombre decir: sí, lo sé. No hay dudas de él, no hay capacidad de asombro, su sangre es fría. No lo ve.
En estas horas, otro despertar acontece en mí ante el espejo. Ese otro que me deja absorto, no me desnuda, no me interpela, no me arrastra ni enamora, solo me invita a caminar el jardín frío del corazón. Me saca del lugar de la palabra. Me extrae la lengua como danza balinesa. Es un semidiós inundado por dudas, temores y afán. Es semidiós porque es terrible y su condición humana es terrible. Su sangre es tibia. Lo ve.
Hay que despachar cuerpos y corazones como si fuese el repartidor de periódicos. No con la acción de entrega, sino con la acción de expulsión, de abandono. Me harta la sombra que vive de mi Luz. Me harta ese cuerpo asombrado que vive de mí y luego me inculpa por mis errores. Yerro, sí. Pero vives de mí. De la fuente. Hay un triángulo que traes, cobarde. No seré quién habite tu estrategia de supervivencia, tu estratagema darmática.
Habitar la soledad implica encuentro con el ego y el espejo. Es la preparación al encuentro con el sensei y del mago, la vestidura y la investidura, portar la katana y el báculo luego del entrenamiento necesario. Es la presentación del terreno de guerra, pensar que se está en ella, cuando agotado y destruido ya, cuando arrojado se yace en el suelo, cuando reinan la deshonra y la confusión, ahí inicia la preparación de la investidura para la guerra. Ese irremediable encuentro con el ego y el espejo. Diez años de mi andar para comprender esto. Gracias, José Miguel.
Sus nombres y sus acciones son señales cósmicas; sagradas o profanas, o ambas, pero cósmicas en el fondo de esto. La dicotomía occidental me harta, me hartó y me hartará. No pretendo elegir entre uno y otro, entre la "certeza" engañosa de quién todo lo sabe y la "certeza" arrogante de quién todo lo pretende. El espejo interviene deus ex machina ante el cuerpo adolorido para agudizar su pesar al encuentro con la Luz que nos habita. Si no, qué entonces.
Es necesario el si no, Odiseo.
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