7 ene 2018

187° Pasaje

Sobre los cinco misterios del rosario de mi cuerpo


Hace poco, entre finales del año 2017 y principios de 2018, escribí —parodié según los postmodernistas— sobre los bordes o debilidades, incluso oscuridades, de eso que llaman masculinidad, ser hombres y más, estar torcidos, con la yuca amarga o la fruta podrida. Intenté nadar entre los misterios de nuestros  cuerpos y humores masculinizados rumbo a la feminización de estos por el hecho de pensarlos y meditarlos. Estamos hechos de dudas, los hombres nos sentamos sobre dudas. Seamos torcidos o enderezados, porque nacido correcto no lo fuimos. 

Los misterios son cadenas de dudas densas sobre nuestras sensaciones no escuchadas. No obstante, habrá una minoría, una media o un sector que haya logrado palpar ampliamente su misteriosa entereza masculina, y haberse permitido que le temblara la cultura, los tejidos y la moralina de mujeriego y de hombreriego, machista y libérrimo al fin y al cabo. Seamos de esta última banda liberada o de la otra alienada, caminamos con dudas, nos pensamos con dudas, el no sé nos atraviesa y paraliza frente al cuerpo de mi igual.

¿Qué palpita en ese hombre que recién ha hecho el amor? ¿Cuál amor? ¿Amor bestial? Volteo esa pregunta del libertino Chino Valera Mora. ¿Qué palpita en las entrañas de ese hombre hetero conquistado por un hombre homo? Dónde está la traición y el traicionero. El abismo de las dudas se abren entre sus miradas, sonrisas sonrojadas y necesidad de escuchar (?) la mente (?) del otro. Pareciera que ellos quisiesen escucharse sus culturas, la cultura del otro: qué hace, qué piensa, ese anillo que le pesa, esos tatuajes que lo distinguen, uno rígido y sudoroso, el otro jueguetón que no deja de parpadear y sonreír.

Hay que rezar el rosario de vez en cuando. Rezarnos el cuerpo, llevar las cuentas de los esquineros, de las curvas, de las caricias, de las dudas y los gemidos. Hay una hermenéutica de las pieles, de eso al menos se intentó en este andar. 

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