Una confusión que no tiene precio
Y así me levanté hoy, con los oídos inflamados, con la sonrisa de una buena madrugada y con un brazo a punto de desencajarse de su cuerpo. El cabello grasoso, el sudor de cigarillos -que nunca fumé- y las piernas ardiendo en placer, así de alegre estaba, así de alegre me dejó la madrugada. No supe de la hora hasta el momento en que recordé la cita con el guionista, llamado Daniel. Y desde luego, como un plomo en la cabeza, no me cayó la resaca, sino el mensaje de texto de un señorito. Este día fue el peor.
Comencé el medio día con una tensa -pero victoriosa- conversación con mamá sobre la relación de la beauvoireana con su artista. Esto fue un presagio y no lo supe ver. Mamá es un ogro. Mamá parece querer convertirse en un monstruo. Míticamente, no la dejaré. Ahora bien, volviendo al presagio, supe que algo pasaba. Llegando a la habitación, lo olí. Aquel teléfono móvil se purgaba de mensajes presagiadores de una confunsión.
Él, el señorito, tenso, musculosamente tenso, aguardando con una leve y extraña "sonrisa", peleó conmigo la deuda que no me correspondía. A lo mejor, sí. A lo mejor que menos de un sí. Pero fue así, peleamos, peleamos, discutimos, exposiciones de motivos y huidas en silencio. Odié su partida en silencio. Sí, detesto la huida masculina en silencio. Sí, detesto el perfume masculino cuando se va sin mi permiso.
A todas cuentas, por ende, en resumen, escojan una de las anteriores. Estuve halándome hasta la sonrisa para comprender, pero no comprendía, me agarró fuera de base y me eliminaron del Round Robin. A fin de cuentas, quería ver tu sonrisa otra vez, olerte a 30cm y seguir escuchando la rima de tu voz, una rima muy masculina por cierto. Pero ese Round Robin me lo perdí.
No he dormido, no por ti, sino en parte por ti. Esto debido a que la otra parte se la lleva la compu y los libros que leo para la guía turística de mi trabajo de grado de la universidad. Llevo las mismas 18 horas de desvelo de siempre, con la diferencia que éstas son distintas. Tienen sabor a ti. Tiene el sabor del desorden y de la confunsión de una buena pieza dadá.
Esto es una vuelta, lo sé. Dadá o no sea Dadá, es una vuelta. Han pasado las horas y me siento en la misma posición de incertidumbre en que nos dejamos. Ya va a amanecer a las 5 con 30, hora de Venezuela. El reloj-clocloc de papá ya sonó. Apenas lo escuché con mis oídos inflamados, con mis ansias de té y con las densas montañas de libros ocultando mi ingenuidad.
No soy víctima, pero aposté a un encuentro que no tiene precio.
Sí, AF. Para ti.
Comencé el medio día con una tensa -pero victoriosa- conversación con mamá sobre la relación de la beauvoireana con su artista. Esto fue un presagio y no lo supe ver. Mamá es un ogro. Mamá parece querer convertirse en un monstruo. Míticamente, no la dejaré. Ahora bien, volviendo al presagio, supe que algo pasaba. Llegando a la habitación, lo olí. Aquel teléfono móvil se purgaba de mensajes presagiadores de una confunsión.
Él, el señorito, tenso, musculosamente tenso, aguardando con una leve y extraña "sonrisa", peleó conmigo la deuda que no me correspondía. A lo mejor, sí. A lo mejor que menos de un sí. Pero fue así, peleamos, peleamos, discutimos, exposiciones de motivos y huidas en silencio. Odié su partida en silencio. Sí, detesto la huida masculina en silencio. Sí, detesto el perfume masculino cuando se va sin mi permiso.
A todas cuentas, por ende, en resumen, escojan una de las anteriores. Estuve halándome hasta la sonrisa para comprender, pero no comprendía, me agarró fuera de base y me eliminaron del Round Robin. A fin de cuentas, quería ver tu sonrisa otra vez, olerte a 30cm y seguir escuchando la rima de tu voz, una rima muy masculina por cierto. Pero ese Round Robin me lo perdí.
No he dormido, no por ti, sino en parte por ti. Esto debido a que la otra parte se la lleva la compu y los libros que leo para la guía turística de mi trabajo de grado de la universidad. Llevo las mismas 18 horas de desvelo de siempre, con la diferencia que éstas son distintas. Tienen sabor a ti. Tiene el sabor del desorden y de la confunsión de una buena pieza dadá.
Esto es una vuelta, lo sé. Dadá o no sea Dadá, es una vuelta. Han pasado las horas y me siento en la misma posición de incertidumbre en que nos dejamos. Ya va a amanecer a las 5 con 30, hora de Venezuela. El reloj-clocloc de papá ya sonó. Apenas lo escuché con mis oídos inflamados, con mis ansias de té y con las densas montañas de libros ocultando mi ingenuidad.
No soy víctima, pero aposté a un encuentro que no tiene precio.
Sí, AF. Para ti.
Luis, el neno
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