La almohada
Me recosté sobre la almohada después de leer sobre pedagogía durante 18 horas continuas, y cuando pude exhalar, vi tus ojos. Ahí, sonrientes.
La pesadumbre de tu nombre me ha dejado una maraña de cabellos aún por arreglar. Ando tan, pero tan masculino, que perdí el orden de las cosas como las tenía planificada para esta semana. He pedido la ayuda de varias manos de amigas y conocidos para que esta semana tenga un sentido académico y laboral, porque sentido artístico no tendrá.
No tendrá sentido artístico hasta que no pueda sonreír bien. Bendito accidente de la tristeza. Medio me puedo reír al saludar, y de vaina. No lo deseo a nadie que viva un accidente de la tristeza, porque siempre saldrán tórtolos heridos en silencio y confundidos. Tengo el páncreas entristecido y me veo pálido por falta de azúcar. Ni hablar de la espalda. No me duele, me arde.
Tomo un vaso de agua y te veo por encima de mi nariz. No puedo hacer nada con esto. O sí, pero no quiero incomodar más tu tiempo, de lo que ya incomodo con mi silencio. Me está creciendo la barba y recuerdo la tuya. Esa que nunca se oculta. Esa que acompaña la voz. Esa que viene con el friíto de un martes de Caracas. Silencio, ya vamos para una semana.
Flores quiero debajo de mi espalda, como sábana ópaca, turbia y seductora. Flores que sepan abrazar cuando estoy a punto de dormir. Sí, esas flores que trajiste.
Y así, a los pocos minutos, me dormía con mi biberón, sí, los poemas de Rimbaud.
La pesadumbre de tu nombre me ha dejado una maraña de cabellos aún por arreglar. Ando tan, pero tan masculino, que perdí el orden de las cosas como las tenía planificada para esta semana. He pedido la ayuda de varias manos de amigas y conocidos para que esta semana tenga un sentido académico y laboral, porque sentido artístico no tendrá.
No tendrá sentido artístico hasta que no pueda sonreír bien. Bendito accidente de la tristeza. Medio me puedo reír al saludar, y de vaina. No lo deseo a nadie que viva un accidente de la tristeza, porque siempre saldrán tórtolos heridos en silencio y confundidos. Tengo el páncreas entristecido y me veo pálido por falta de azúcar. Ni hablar de la espalda. No me duele, me arde.
Tomo un vaso de agua y te veo por encima de mi nariz. No puedo hacer nada con esto. O sí, pero no quiero incomodar más tu tiempo, de lo que ya incomodo con mi silencio. Me está creciendo la barba y recuerdo la tuya. Esa que nunca se oculta. Esa que acompaña la voz. Esa que viene con el friíto de un martes de Caracas. Silencio, ya vamos para una semana.
Flores quiero debajo de mi espalda, como sábana ópaca, turbia y seductora. Flores que sepan abrazar cuando estoy a punto de dormir. Sí, esas flores que trajiste.
Y así, a los pocos minutos, me dormía con mi biberón, sí, los poemas de Rimbaud.
Luis, el otro neno
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