25 abr 2010

54° Pasaje

Atento estoy, y sigo andando, a este paulatina palidez de sensaciones. Me la otorgó Febrero, mes de complejidades literarias al estilo de Otero Silva. La sabana y su soledad cundida de mosquitos y cubierta de vahos. De jueves sabaneros donde la lluvia se anticipa y nunca se presenta. Así es esta palidez. Una sabana de Otero Silva. No tan parecida a la sabana de Gallegos o de Díaz Sáchez, sino la propia de él. El caluroso encuentro genera palidez, el calor del vaho despierta la colorida serie de amarillos y cobrizos. El mosquito en ritmo atonal se acerca al calor, juega, se baña en éste. Llama a un mosquito, a otro, y a otros tantos. No es una fiesta, no es un ataque, es el baño. Los mosquitos se bañan en el calor. Esta palidez aumenta, aumenta tanto que las sensaciones se esparcen y desaparecen. La sabana se ha tragado a las sensaciones. La sabana, junto a su soledad, me ha tragado. La palidez, me la ha dejado. Quién sabe hasta cuando, ni hasta dónde. Pero atento estoy ante la sabana. Ando petrificado leyendo mosquitos, viendo vahos, dejando que la sabana sea ella y no más que ella. Ya llegó Abril y ya se despide Abril. Este mes no ha sido sabana, no ha sido selva -como hace tiempo, hace años, era para mí. No he hablado de Marzo, un mes de mesetas, de sensaciones inefables y constantes. Sólo recalco Febrero, un mes que se ha hecho tres meses, y que hoy me comió su sabana. Me comió la sabana de Miguel Otero Silva.

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