28 feb 2010
53° Pasaje
Estudiando para el olvido. Llevo diecinueve años estudiando para el olvido. Desde el jugo de guayaba de preescolar hasta la chicha ucevista del rectorado, ambas bebidas conocidas para olvidar. Tantas páginas de Gombrich, Flemming, Artaud, Nietzsche, Boal, Marx, para olvidar. Leer lo leído para olvidarlo. Esto sucumbe mi falsa memoria, no más que andamios mal puestos en la recuperación del patrimonio perdido. Desde el cuadradito de tercer nivel, de los cuadrantes de sexto grado, del puntillismo de noveno, del CNU de quinto año, hasta los poemillas crípticos en clase de Jousette, de los lagrimones con Gabriela, de las golpizas silenciosas-poéticas mentales en clase de Anaira, de la mayeútica con Santiago, hasta hoy, aquí, aprendido para olvidar. Las comas de la oración anterior me gritan por su violentado uso. Estudiadas para olvidarlas. Así es este son de la vida. Estudias para olvidar. Las variables, al parecer, que destinan al estudio como olvido son la vida, el vino y la risa. La primera te somete a respirar lo estudiado, la segunda a comprobar lo estudiado y la última, en modo de estocada triunfal, a olvidar. Ahora entiendo, porque ciertas sectas religiosas desaparecieron el tratado aristotélico de la risa. Este escrito podrá decir que estoy triste y profano. Pero, ¿a estas alturas del camino, es sincero admitir tristeza y ocultismo en pleno olvido?
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