30 ago 2009

32° Pasaje

Creías que solía ser un chico tranquilo y persuasivo, monótono e inconforme. Pues esta playa me viste y me calza de piel. Y crees, intuyes, que permaneceré allí. No, soy ola. Respirar miedo es enterrarse vivo en la arena caliente de esta mañana. Saber si bañarse desnudo o con ropa interior, pero en fin bañarse para olvidar. Entretenerme un rato en la gaviota que sobrevuela la arena y en el ruido de la ola cuando rompe sobre el suelo. Aborrezco cuando creen que no siento y pienso. Pero admiro que lo ignoren, porque creerlo quita un gran peso. He dedicado largo tiempo al silencio, mientras me baño en la ola. Eso al parecer es fácil. Pero no. Tampoco es fácil ver cuán difícil es dar un paso. Yo no bailo para vos. Ni siquiera para mí mismo. No me interesa.

Creía que podía sostener este caballo negro de sentimientos. Lo he logrado. Pero como mal marinero conduzco un barco sin horizonte, en plena marea. Y bien se siente si navego con gritos al fondo. Ahora, un poco diferente, si es a solas. Creía que solía vivir. Pues esta playa, que me viste y me calza, me ha dejado en claro que ni siquiera vivo. Aplaudo este recuerdo. Largo tiempo lleva al marinero en aprender a manejar barcas oscuras. Y más, si esa es su debilidad. Y vaya si la barca no entiende este mar. Sombrío horizonte que da vida en mi pecho.

Solía reír. No lo sé. Escucho el arrecife darme ruidos, respuestas. Barcas que entre agua y madera llevan a un marinero a sutil viaje. Otra vez a solas, otra vez a tientas.