Un momento deténgase acá señor conductor. Déjeme acá en esta parada. He decidido bajarme y desaparecer. La voz de mi alma pide estar a solas. Hasta aquí llego.
Que reine el silencio, que se encumbran las nubes en esos pensamientos que decidieron quedarse. He aquí un hombre agotado de los espejos y el dolor insuperable de la ausencia.
Decido declinar a favor del silencio grisáceo de la China imperial. Me entrego a los cerezos y me pierdo entre la hojarasca; aquí me quedo, en silencio. El sable andino no deja a la garganta decir lo que quiere decir. Herir es más fácil. Por ello, prefiero el silencio y la ausencia.
No es una armadura, estimada sombra. Es una decisión. Que empiece el viaje a solas. Entre brumas, entre claros, pero la barca la llevo yo, parca querida. El frío del gigante entra en las venas; necesariamente ha de ser así, constituirme así. Que se derrumbe todo a su paso. Ha de nacer lo otro.
Lo inesperado.
Por ello, déjeme acá chofer. Sí, ya es tarde. Pero acá es el lugar del inicio.