Hoy, vivo en un claustro. Siempre he vivido en él. Lo acontecido es que ahora me percato del claustro. Y el asunto, y para nada conflicto alguno, es el permanecer allí. Desconozco si estoy peor o mejor que años anteriores. Leo diez libros por noches en búsqueda del sueño, pero es una aventura inefable, donde vence la noche y no el sueño. No he hablado de los sueños, hasta hace poco he logrado atraparlos concientemente en el estado inconsciente propio del sueño. Ha sido fácil, he sacado provecho de ellos. Dicen mucho y significan muy poco. Mi hermana sororamente me ataladra la psique sin querer, y por esto la quiero mucho, con sinceridad. Sin embargo, por eso leo mucho. Leo sin detenerme, ojeo capítulos por día. El "stop", la pausa la tomo a veces con el café, con el té, con el queso, con la limpieza de la biblioteca o de alguna película francesa. Estas últimas me han transformado en puré, en añicos aún mejor, el alma, la episteme que poco a poco mi vida forja. El destino ya es una ilusión cuando escucho música. Nada es igual, todo cambia. El ir u venir de las olas es el mismo ir y venir del "todo cambia". Estas lecturas me tienen en la propia locura del reconocimiento. Leo A. Watts, G. Steiner, Gloria Martin, E. Zamora, Leonardo Azparrén, S. Dalí, A. Rimbaud, Salmos, algunas críticas literarias que no recuerdo y otros estudios simbolistas mayas e incaicos. Todo esto abunda en mi cabeza como el Lago de Valencia. Tan bello ese lago, es tan bello por el terror que me imprime al verlo. Leo para configurarme, dice Freud. Leo para desabastecerme, dice Lipovetsky. Leo para vaciarme, dice mi hermana. Trato de no ser el espécimen humano que pide la sociedad, y cada vez caigo en cuenta que lo soy más y más. Cuatro paredes claustrofóbicas de mucho discurso y de mucha sonrisa grata ante todo esto. La pirámide de Maslow, el resumen "decalógico" cartesiano y el abrupto erupto de Hegel me tienen sin cuidado y sin alertas, ante toda esta gravedad que se siente al encuentro de sí mismo. Desconozco si es el verdadero encuentro consigo mismo, porque presumo, lo huelo, que es un encuentro con el consigo mismo de la sociedad. No sé, si sociedad histórica, filosófica o artística o la que sea. Sé que me he dejado muy atrás del camino -como el Teseo de Febres Cordero en su laberinto-, tan allá que no hay vuelta atrás. El que busca, encuentra. Y éste, que he dejado ser, posiblemente empieza a ser.
¿Y cómo le llamamos a esto?
1 comentario:
Podemos llamarlo de cualquier modo...igualmente seguirá sin tener nombre...
Me llevo este texto para pegarlo en el espejo,de espaldas a la "realidad".
Besossssssssmilessssssssssssss
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